domingo, 12 de septiembre de 2010

Te quiero, mamá.

Raúl está emocionado, esta noche no ha podido pegar ojo, aunque a ratos también siente miedo, miedo a estar solo, mañana será la primera vez; para sus padres también será la primera vez, les costó tomar la decisión, pero es lo mejor para él, el pequeño de sus dos hijos, está muy enmadrado.

Mañana me voy de campamentos, repite una y otra vez en su pequeña cabecita mientras su no mas de metro diez le impide alcanzar el chandal situado en la tercera balda del armario, la más alta, la de color azul. Voy a dormir en una tienda de campaña, me han dicho mis padres, rodeada de pinos que huelen muy bien, jugaremos todo el rato y haremos muchas actividades; también vamos a hacer excursiones y bañarnos... se siente muy nervioso.

- Raúl, al baño que mañana tienes que madrugar mucho y todavía no has cenado.
Raúl se mete en la bañera sin rechistar.
- Mamá, ¿puedo llevarme mi submarino para cuando me bañe allí?
- No Raúl, el submarino se queda en casa, los otros niños tampoco van a llevar sus juguetes; allí no tendrás bañera tendrás que ducharte, además no puedes llevarte muchas cosas porque no tendrás espacio para dejarlas.
Raúl frunce el ceño
- vaya rollo.
-¿pero entonces no puedo llevarme mis juguetes?
- Allí vais a tener juguetes suficientes, no necesitas llevarte mas.

En el piso de arriba Sonsoles se asoma a la ventana y observa, observa todo, el bloque de enfrente, los vecinos que caminan sobre la acera, la puerta semiabierta del portal 21 mientras una joven de apenas 19 años pasa la fregona, observa como el aire mueve lentamente las hojas del chopo que está situado junto a la farmacia...

Sonsoles tampoco ha dormido bien esta noche, la emoción tampoco le ha dejado dormir. Silenciosa, se gira sobre si misma y mira de nuevo la maleta vieja, como ella, sobre la cama, con el camisón, unas cuantas blusas y faldas, ropa interior, el pañuelo burdeos de seda de la India que Raquel, la vecina de enfrente, le regaló en el regreso del viaje de fin de curso, la foto de su marido, ya fallecido y otra mas de sus dos hijos aunque ésta ya está metida en el fondo de la maleta. Mira la habitación, la lámpara de araña que Miguel y Araceli les regalaron en su boda, el armario de roble que tantos ahorros les había costado conseguir, la pequeña lámpara de Tiffani's, un capricho que solo una ocasión especial merecía y aunque Antonio, siempre pensó que era demasiado caro para lo que servía, se la regaló en su 55 cumpleaños. Antonio, si estuvieras aquí conmigo...

-Mamá, ¿has hecho la maleta?
- Sí.
- ¿y te has duchado?
- No Pedro, no puedo ducharme sola, necesito que me ayudes a enjabonarme mientras me agarro a la barra.
- Es tardísimo y mañana tenemos que madrugar, tenemos que conducir cerca de hora y media y seguro que habrá atasco en la salida de Madrid.

Sonsoles siente como le tiemblan las piernas. Un pánico indescriptible acaba de invadirle, tanto que le gustaría gritar pero no puede, le gustaría salir corriendo, pero sus 87 años no se lo permiten; sus ojos se inundan de lágrimas es tal la tristeza que siente.
-Mamá, ¿me has oído
-Si, hijo si, contesta tímidamente, ya voy.

Raúl ya ha cenado.
- Esta noche puedes elegir 3 peluches para que duerman contigo, pero solo por ser una noche especial, eh?
Su madre le da un beso lleno de amor en la frente. Le arropa con cariño y le dice que le quiere mucho.
- Mamá, ¿vais a venir a verme?
- Iremos a verte un día y lo pasaremos contigo y nos presentarás a todos tus amigos.
- Pero si no tengo amigos.
- Allí vas a conocer a mucho niños y lo vas a pasar fenomenal, ya lo verás.
- ¿Y si no me gusta me puedo volver?
- Te va a gustar, venga a dormir que mañana hay que madrugar mucho.

El agotamiento de tantas emociones juntas ha hecho mella y en seguida el sueño le atrapa y se ve correteando por el campo con otros niños; explorando por las noches el terreno con una linterna; subiéndose a los árboles y atrapando grillos...


Sonsoles está en su habitación, con sus dedos maltrechos y deformes por la artritis comienza a repasar la pared, como si quisiera inundarse de su aroma, llevárselo consigo; luego se aproxima a la cómoda, abre el primer cajón, ropa interior de encaje y recuerda la primera noche en Amsterdam con Antonio, eran muy jóvenes, el picardías rojo de las navidades del 2000, el año lo merecía; levanta la vista, de nuevo nublada aunque ahora la rabia deja paso a la desesperación, a la desesperanza; cierra el cajón, con un solo pensamiento ¿por qué? seguido de otro ¿para qué?.
Se mete en la cama, siente la suavidad y el olor de las sábanas recién lavadas, puestas para la ocasión, la despedida, 32 años viviendo en esa casa y su pensamiento se va a otro lugar donde sus sábanas no olerán igual, ni comerá paella los jueves, ni garbanzos los lunes, donde no conoce a nadie, lejos de los suyos, lejos de su vecina Maruja y Emilia, donde compartirá habitación, le han dicho, porque no hay habitaciones individuales y además para qué si no puedes estar sola.
El terror le invade ¿y que voy hacer yo allí, sola?, se gira en la cama y llora, llora desesperada en el silencio de la noche, sin nadie que la escuche, que le pregunte que se siente en esos momentos, que la acompañe en ese trance tan duro, en ese nuevo camino a recorrer y recuerda a Ricardo el del quiosko cuando le contó que sus hijos querían llevarle a una residencia, recuerda su cara de niño asustado y como ella intentó animarle diciéndole ya verás como estarás bien, iremos a verte. Y fue el primer año, una vez, porque consiguió convencer a Pedro, pero estaba tan lejos y ella sola no podía ir.

Raúl se gira en la cama, está sudando, está nervioso y llama a su madre a gritos, tiene una pesadilla:
-Mamáaa, Mamáaa !!!
Su madre se levanta corriendo y se acerca a él, le abraza, le besa en la frente, en la cara, le acaricia el pelo, ya está hijo, no pasa nada, estoy aquí contigo, Raúl gime y entre lágrimas le dice: estaba solo y todo estaba muy oscuro.
Su madre le contesta, no te voy a dejar nunca solo hijo, mamá está aquí contigo y volvió a besarle en la frente y esperó a que de nuevo encontrara el sueño a su lado.

En el piso de arriba, la soledad inunda la instancia, los segundos, la oscuridad recorre los pocos metros de la casa y llega hasta la habitación de Sonsoles, donde también ella duerme y sueña, sueña con un largo y eterno sueño del que no quisiera jamás despertar.

A mi Yaya, a todos nosotros, a los que estamos, a los que vienen y a los que se van; para que nunca olvidemos lo que somos, un relato para reflexionar.

Seguro que hay otras fórmulas, seguro que podemos hacerlo mejor.
Por una ampliación de la ley de cuidados de discapacitados y niños enfermos de cáncer para poder cuidar a nuestros mayores en su entorno, a los que un día nos cuidaron a nosotros sin ninguna condición.

Blanca